No se entiende que nuestra vida tenga más razón de ser y existir que no sea el amor y la fascinación de Alguien que ha arrebatado nuestro corazón, que ha eclipsado nuestros ojos más que todo lo bello que pueda ofrecer el mundo.
El mundo ha quedado opaco para nosotras, si es verdad que sin dejar de amarlo desde Dios, El nos ha deslumbrado, nos ha robado el corazón porque antes nos lo ha herido, tanto que ha llegado a ser el Absoluto de nuestras vidas.
A Él seguimos días tras día, alimentándonos espiritualmente de su Palabra, de la oración litúrgica y personal y de la Eucaristía, ahí nos va transformando, plenificando y saciando de vida eterna porque son momentos de encuentros fraternos y comunión con el Señor.
Estos encuentros diarios calientan nuestro corazón o mejor lo caldean de manera que la vida de Jesús de Nazaret toman forma en nuestra vida, buscando reproducirla en el cada día de nuestra existencia. Una vida de adoración y servicio, de entrega, trabajo, oración y recreación, vivido en un clima de alegría fraterna con nuestras Hermanas y con todos los que se acerquen a nuestro Monasterio.
Meterse a monja o entrar en un Monasterio es para quien ha optado por seguir a Jesús.Pero antes ha sentido la llamada de Dios, ha sentido la vocación a entregar su vida a Dios.
Para una persona que desea hacerse monja o entregar su vida al Señor se necesitan unas premisas, aunque implica todo un proceso de discernimiento, ya que la vocación no aparece claramente de un principio sino como una semillita que va floreciendo y que hay que clarificar poco a poco con ayuda de unos medios que el Señor poco a nuestra disposición. Esto te ayudará: