La Tercera Orden Regular de San Francisco hunde sus orígenes en el movimiento franciscano de la penitencia, suscitado por el Señor y obra del “pobrecillo de Asís”.
Desde el primer momento de su conversión, Francisco tuvo seguidores de entre los muchos penitentes que había entonces. Para ellos, que como penitentes voluntarios querían seguirle, San Francisco les dio un programa o forma de vida, como un primer boceto de regla escrita, “Carta a todos los fieles” donde se recogían sus consejos, directrices, principios teológicos y recomendaciones para ellos.
Francisco vio como los Penitentes franciscanos aumentaron en número y expansión territorial, diversificándose, naciendo formas de vida comunitaria dentro de ellos. Algunos hombres y mujeres se distanciaron de todo para dedicarse a la contemplación en eremitorios solitarios o en pequeñas fraternidades. A las mujeres que en aquel tiempo seguían la misma forma de vida que los “frailes de la penitencia” en Italia las llamaban “mujeres religiosas”. En el transcurso del tiempo, los monasterios de vida contemplativa se han multiplicado por iniciativa de espíritus generosos, empeñados en los caminos de la espiritualidad penitencial. La iglesia, reconociendo nuestro carisma como don del Espíritu, aprueba nuestra forma de vida.
El ideal de vida franciscano sigue impulsando sin cesar, en nuestro tiempo no menos que en los pasados, a muchas mujeres que anhelan la perfección evangélica y desean la implantación del Reino de Dios.
Tomando como modelo a san Francisco de Asís nos esforzamos por seguir a Jesucristo mismo, viviendo en fraternidad, comprometiéndonos con voto público a la observancia de los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad y entregándonos a las diversas formas de la actividad apostólica según nuestra clausura y desde nuestro Monasterio. Para realizar con mayor perfección ese ideal de vida, cultivamos asiduamente la oración, ejercitamos recíprocamente la caridad fraterna y practicamos la verdadera penitencia y abnegación cristiana. La fraternidad está bajo la protección de la Virgen Inmaculada, patrona de todos los franciscanos, y de Santa Isabel de Hungría, patrona de la Tercera Orden de San Francisco.
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