“La Liturgia es la cumbre de la actividad de la Iglesia y la fuente de donde mana toda su fuerza, es decir, la santificación de los hombres y la glorificación de Dios en Cristo.
La Liturgia, como comunidad contemplativa, la vivimos unidas al pueblo de Dios manifestando el misterio de Cristo y la genuina naturaleza de la Iglesia presente en el mundo y todavía peregrina, ardiente en la acción e inmersa en la contemplación que se encamina a la ciudad futura”.
Con la Liturgia De Las Horas nos vamos santificando todo el curso del día y toda la actividad humana y, al mismo tiempo, celebrando al Señor con fe y devoción nos asociamos al himno divino que es cantado permanentemente en el cielo y mientras alabamos a Dios, intercedemos por la salvación de todo el mundo. Nos unimos a toda la iglesia con la liturgia de las Horas alabando a Dios e intercediendo por todos los hombres. |
Toda la vida litúrgica tiene su centro en el sacrificio eucarístico. Siguiendo el ejemplo de S. Francisco que ardía de amor hacia el sacramento del Cuerpo del Señor, tributamos reverencia y honor a la eucaristía porque como decía él: “nada vemos corporalmente en este mundo, del altísimo Hijo de Dios sino su santísimo Cuerpo y santísima Sangre”.
Participando cada día en el sacrificio eucarístico y recibiendo con fe el Santísimo Cuerpo de Cristo le adoramos, al mismo tiempo realmente presente en el sacramento.
Como Francisco de Asís y sus seguidores en el movimiento penitencial también nosotras centramos todas nuestras mejores energías de la mente y del corazón en contemplar el rostro de Dios, en amorosa impaciencia hasta que él se revele “tal cual es” para que nuestra alegría sea perfecta.
Nuestra vida contemplativa, orientada intensamente hacia Dios, se expresa: en la soledad, en el silencio, en la continua oración, en la escucha y la meditación de la palabra revelada, en el constante deseo de Dios y en la búsqueda de su voluntad y en la continua adoración haciéndonos “alabanza de su gloria”.
Por la oración incrementamos nuestra unión con Dios y llenamos continuamente nuestro corazón de la energía que viene de Dios, fuente de vida y manantial de salvación. Y, al mismo tiempo, nos vamos convirtiendo al igual que San Francisco, en enamoradas de Cristo en todos sus misterios ansiando transformarnos totalmente en él y ardiendo de celo por la salvación del mundo.
Nuestra vida contemplativa lejos de aislarnos de los hermanos que están en el mundo y de sus acuciantes problemas, nos hace presentes de manera más profunda en el mundo y nos hace colaborar espiritualmente para su construcción.
Como religiosas dedicadas enteramente a la contemplación en la soledad y en el silencio nos ocupamos solamente de Dios.
Nuestra vida que es una continua búsqueda de la intimidad con Dios, un elevarnos hacia Él, conlleva la necesidad de un silencio de todo el ser para sentir a Dios que habla al corazón y para estar abiertas al misterio de los otros. El silencio en nuestra vida contemplativa es indispensable ya que favorece el trabajo, el reposo, la paz y la oración, al mismo tiempo, que la concentración en Dios para amarlo con intensidad y sin distracciones.
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Nuestro carisma de hacer obras de misericordia nos lleva a estar abiertas a la acogida de todos. Las iniciativas de caridad fraternal las realizamos a favor de los hombres desde el Monasterio acogiendo a todos aquellos que llaman a las puertas de nuestro Monasterio ofreciéndole lo que tenemos tanto a nivel material como espiritual. El dinamismo de nuestra misión apostólica lo realizamos desde nuestro mismo Monasterio acogiendo:
- A personas pobres e inmigrantes ayudándolas a encontrar trabajo, darles comida, ropa, etc.
- A grupos de jóvenes para convivencias, retiros, ejercicios espirituales, etc. o personas con deseo de encontrarse consigo mismas y con Dios en nuestra Casa de Oración.
- A personas con problemas personales o familiares.
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Llamadas por el Señor a contemplar su rostro y celebrar sus obras, nuestra consagración nos lleva a ponernos al servicio de la iglesia testimoniando los bienes del reino y orando con insistencia por todos los hombres.
Nuestra vida contemplativa franciscana tiene una gran fuerza misionera de anunciar a los hombres la salvación y ayudarles a conseguirla a través de la oración, la penitencia y las obras de misericordia a los que se acercan a nosotras. Hemos sido llamadas desde nuestra vida contemplativa para curar a los heridos de cualquier dolencia, vendar a los quebrantados de cualquier rotura, volver a la verdad desde cualquier equivocación, error.
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