Con la profesión solemne la religiosa se entrega totalmente a Dios de manera irrevocable, efectúa la incorporación definitiva en el Monasterio y comparte con las hermanas el privilegio de la llamada divina a la intimidad contemplativa.


Llenándose de Dios, cada vez más, su propio corazón y viviendo la plena amistad con Cristo, la religiosa realiza un itinerario de creciente conversión, se hace más disponible para el servicio fraterno con amor generoso y participa del dinamismo apostólico según el espíritu franciscano.

Después de la profesión solemne y durante toda la vida, la religiosa debe continuar su formación integral y armónica, espiritual, doctrinal y práctica, con el fin de perfeccionarse en realizar con intensidad la vida evangélica según el espíritu penitencial.

Con este fin la Hermana realiza una conveniente profundización, estando constantemente actualizada para poder vivir cada día más en novedad de vida y realizar su crecimiento humano y espiritual, aprendiendo siempre mejor a seguir al Cristo del evangelio como regla suprema.